April 12, 2024

Preparar el fuerte para la invasión: las vacunas salvan vidas

Hay pocas certezas en la vida, pero una de ellas es que todos los seres vivos somos atacados a todas horas y sin excepción por miles de microorganismos.

Ángeles Ruiz

Hay pocas certezas en la vida, pero una de ellas es que todos los seres vivos somos atacados a todas horas y sin excepción por miles de microorganismos. Aunque todo esté en una aparente calma y no lo veamos, la realidad es que somos como un planeta bombardeado sin piedad por cientos de escuadrones de naves espaciales, llenas de seres que buscan en nuestro cuerpo cobijo, alimento y un lugar donde reproducirse.  

El desembarco es inevitable porque así es la vida.

Introducción

Las bacterias, virus, hongos y otros seres diminutos tienen un problema muy serio: para sobrevivir y perpetuar su especie, les va mucho mejor utilizar las estructuras físicas y químicas de otros huéspedes vivos. Para las bacterias, por ejemplo, es mucho más fácil replicarse en un medio orgánico, rico en nutrientes y a buena temperatura, que sobre el suelo a pleno sol. Para ellas somos como un spa con buffet libre, vamos. Sin embargo, para los virus, la cosa es más dramática; necesitan sí o sí una maquinaria molecular que sólo se encuentra en las células a las que invaden porque carecen de ella. Por tanto, fuera de las células es cuestión de horas que perezcan.

Esto nos hace comprender que, según venimos al mundo, y de manera inevitable, miles de microorganismos van a querer pegarse a nosotros. Y aunque no todos son patógenos, e incluso tenemos con algunas tribus acuerdos de cooperación y desarrollo mutuo (como con la microbiota intestinal, por ejemplo), otros tienen distinto pelaje no malas intenciones, pudiendo generar infecciones muy graves.

Por todo ello, una de las mejores estrategias para evitar la intensidad de la infección es estar bien preparados antes de que llegue un ataque cierto pero sin aviso previo.

No sabemos cuándo lo intentarán, pero sí que tarde o temprano, lo harán.

Y para eso están las vacunas.

El sistema inmune

Para entender cómo funcionan primero vamos a ver cómo está diseñado nuestro sistema inmunológico, esto es, lo que conocemos coloquialmente como “las defensas”.

Te lo puedes imaginar como un ejército bien organizado, en el que hay distintas divisiones con funciones diferentes. Aunque todo es muy complejo, vamos a simplificarlo para que nos entendamos.

El sistema inmune innato

La primera división es el sistema inmune innato, con el que venimos de serie. Es la primera barrera y la primera dificultad con la que se encuentran los malhechores. La piel y las mucosas, por ejemplo, son estructuras físicas que dificultan la entrada en el cuerpo de los agentes externos. En el interior, este sistema lo conforma un conjunto de células y sustancias que son como la policía local del barrio. Cuando entra un patógeno y lo detectan, siempre hacen lo mismo, sea cual sea: llaman a más policías y juntos tratan de reducirlo y eliminarlo.

No, no hay piedad en este submundo…

Hablamos de un conjunto de células, los neutrófilos, los macrófagos, las células dendríticas y otras, que forman una especie de escudo protector por dentro del cuerpo. Están en los tejidos (algunas son capaces de viajar por dentro de la piel, por ejemplo, como si estuvieran reptando tipo “Comando”) o patrullando por la sangre y vigilando que no haya nada raro por ahí.

Y esas cosas raras son moléculas que no forman parte del cuerpo del huésped. En líneas generales, cada célula de cada especie tiene un tipo de pasaporte molecular, que dice quién es y qué hace ahí. Por ejemplo, cuando se hace un trasplante de órganos es conocido que hay que evitar el rechazo. Este rechazo es la respuesta de nuestra poli que ha detectado un intruso: un riñón de otra persona. Por eso se buscan órganos lo más parecidos posibles al original y aún así administrar fármacos inmunosupresores.

Total, que cuando llega el intruso, la policía la monta y se lía parda…

Y en eso consiste lo que llamamos “respuesta inflamatoria” o “inflamación”. La fiebre, los tejidos rojos, calientes y dolorosos… Todo es obra de nuestro sistema inmune innato. ¿Y por qué? Porque ese estado inflamatorio es muy hostil para los patógenos. Es una gran redada llena de “policías celulares” encargados de localizar y eliminar a los malos.

Y, por lo general, lo consiguen.

A veces es cuestión de horas y ni nos enteramos: recuerda la aparente normalidad en que vivimos. Pero en ocasiones tenemos resfriados, gripes, neumonías, etc., que no es otra cosa que batallas campales contra los gérmenes invasores.

El sistema inmune adaptativo

Siguiendo con el modelo, tras esta lucha, algunas de estas células que se han encontrado con las bacterias y los virus aprenden a reconocerlos. Por así decirlo, “se quedan con su cara” y ejercen de células memoria. Son, entre otros, un tipo de linfocitos que se encargan de generar anticuerpos específicos.

Estos anticuerpos son unas moléculas en forma de “Y”. Tienen la peculiaridad de que en su parte más ancha son diferentes, y esa diferencia es lo que permite encajar en una estructura concreta: sólo se pegan cuando encuentran un conjunto de moléculas complementarias, para entendernos, como una llave muy sofisticada con una cerradura muy compleja.

Estas cerraduras forman parte de las bacterias o del patógeno que entró al cuerpo con anterioridad. Tanto las células de memoria como los anticuerpos están circulando por la sangre desde entonces como vigilantes permanentes. De esta manera, cuando el patógeno vuelve a entrar en el cuerpo, es detectado con mucha mayor rapidez y todo el tinglado defensivo se monta a gran velocidad.

Y esto es fundamental en determinadas infecciones.

Algunos patógenos, cuando entran en el cuerpo, se reproducen con muchísima rapidez y pueden generar grandes cantidades de tóxicos o producir un daño irreversible en horas. De ahí que contar con estas células de memoria y estos anticuerpos protectores sea una gran ventaja.

Por eso, este sistema inmune adquirido supone una gran protección y permite dar respuesta rápida a nuevas agresiones. Es una ventaja evolutiva que compartimos con algunos predecesores desde hace millones de años, pero no todos los animales la tienen. ¿No es fascinante?

¿Y qué hacen las vacunas?

Pues se trata de hacer un simulacro de infección en pequeñito para que las células de la memoria aprendan a reconocer el patógeno antes de que entre en serio y sin generar gravedad en la persona.

Lo que se hace es introducir en el cuerpo o bien el propio patógeno pero atenuado (le hemos hecho un tratamiento para que no se reproduzca con rapidez o no genere tanta toxina, por ejemplo) o trocitos de patógeno (como si descomponemos una bacteria en piezas de Lego y sólo seleccionamos las que conforman la cara, por así decirlo).

Cuando la vacuna entra en el cuerpo, las defensas lo reconocen y proceden con su buen hacer. Por un lado, el sistema innato organiza la respuesta inflamatoria (notarás un poco de dolor e hinchazón en el brazo tras la inyección), pero mientras, el sistema adaptativo ya habrá registrado la cara de nuestro futuro invasor.

A partir de ese momento es como si tuviéramos un sistema de reconocimiento facial permanente por todo el cuerpo. En cuanto se detecte al intruso, sonarán todas las alarmas y el ejército se activará para dirigirse raudo y veloz al punto de detección.

Pero, eso sí: nos ahorramos la gravedad de la infección original.

¿Son seguras las vacunas?

Las vacunas son uno de los avances de la humanidad que más vidas han salvado. A pesar de los mitos, los bulos y toda la desinformación en la que vivimos, es fundamental confiar en ellas y seguir investigando.

Como todo medicamento o acción terapéutica, tienen efectos secundarios. La mayoría son leves y pasajeros, pero es cierto que en algunos casos pueden ser más serios y complicados. Igual que una cirugía de apendicitis o tomar un simple comprimido de paracetamol puede causar problemas no deseados, pero el beneficio potencial supera con creces los inconvenientes, no hay motivo para desconfiar de las vacunas.

Siempre se someten a estudios clínicos exhaustivos y pasan por sistemas de control muy precisos y confiables. Y recuerda que desde hace muchos años no vemos a nadie sufriendo las secuelas de la polio, y eso es gracias a la vacunación. No debemos dar voz a creencias e interpretaciones erróneas de lo que la ciencia ha demostrado de sobra: las vacunas son seguras, eficaces y necesarias para un futuro mejor.

También te podría interesar...

Te dejamos algunos artículos similares que seguro que podrían ayudarte.

¡Cambia tu presente!
Transforma la industria farma

Máster 100% online
Más de 40k miembros
Talento para empresas
quiero saber más